Su presencia
En
la mirada se le notaba el cansancio. De tanto viaje, de tanta angustia, de
tanto exilio.
Se había convertido en otra persona, con todo lo bueno y lo malo que le había sumado la vida
fuera de su país. Era otra persona. Surcado por más mundo, por otras realidades
ajenas a su querida Uruguay.
Cada gota
de experiencia, se había anexado a su piel. Más allá de su aparente sonrisa,
los ojos denotaban tristeza. Cada arruga de la cara marcaba una etapa, un
recuerdo.
Parado
frente al espejo de la sala, escrutaba su imagen, tratando de reconocer al
Mario de antes y al Mario de ahora. Tratando de aceptar que se estaba volviendo
viejo.
Su país era
otro, él era otro. ¿Acaso con el correr de los años alguien sigue siendo el
mismo?
Dejó de observarse.
No tenía sentido sentirse más agobiado de lo que estaba. Ese día se había
despertado pensando en Luz. Lo que le hacía percibir aún más la ausencia. Por
eso dejó de mirarse al espejo, la mayoría de las arrugas las había transitado
con ella, las había disfrutado con ella y la había descubierto con ella.
Se paró frente a la estantería, al lado de su computadora, y sollozó
mirando la foto de Luz. Había vivido
tratando de no sentirse lastimado, el
día que tuviera que estar en soledad. Sin embargo la ausencia de su mujer se
hacía sentir.
Mario
sabía de soledades. Sabía, como él mismo escribió en uno de sus poemas, que son jaulas de uno mismo, que son hebras
de muerte y que son claves de una historia.
Casi sin ganas se sirvió el desayuno y decidió refugiarse en su
incondicional guarida, la escritura. Entonces, recién entonces, se sintió
mejor.
Las letras comenzaron a dar forma a un texto, que poco a poco le
devolvía la sonrisa y lo evadía en tiempo y espacio.
Su
mente se confundió con el teclado sin dejar de plasmar ideas, reflejando sus
años de producción, sus años de legado literario y político. La mañana de
nostalgia se transformó en horas de trabajo.
Por momentos la pantalla se oscurecía y luego se tornaba más brillante
que de costumbre. Contrariado, se levantó de la silla para husmear la
electricidad. Todo estaba perfecto.
Al
regresar a la computadora pudo ver, sin embargo, que la pantalla parecía latir.
Esa fue su corazonada. Luz estaba allí. Oscura, clara, transparente, opaca.
Estaba entre sus dedos, en el latir de su corazón, ayudándolo, como siempre lo
había hecho, a adaptarse a su desexilio.

Ficción sobre Mario Benedetti.
Publicada en revista digital “Territorio de Palabras”. www.territorio.perio.unlp.edu.ar.
Año 2010.
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