14 de junio
La luz se apagó. La oscuridad del cuarto se
tornó temeraria. Por eso era mejor permanecer estático, rígido.
No debía respirar. La idea de henchir el pecho generaba que, la
posibilidad de chocarse con algún
objeto, transmutara en pánico.
No debía pestañar, no fuera a ser que del
techo cayera alguna partícula de tierra,
empujada por el vaivén de sus pestañas.
La habitación era estrecha, tanto que no
podía mover los brazos sin encontrarse con algo. Atiborrada de objetos, pilas
de libros, manuscritos, condecoraciones, pero sobre todo, la habitación estaba
colmada de reminiscencia.
Allí, acostado, sobrellevando el incesante
crujir de la mecedora, recordó etapas.
Por su memoria deambulaban textos, momentos,
ideas. La metáfora lo acosaba. Esa metáfora harto embellecedora, que había sido su aliada. Tiempo después renegó de ella. Por eso, ahora estaba
convencido de que la metáfora color punzó, lo perseguía para torturarlo.
De
pronto un ave le picó los dedos del pie. Pero no pudo moverse, no pudo agitar sus
pies, ni mucho menos sentarse y ahuyentarlo con los brazos.
El pollo, como sabiendo que el espacio no le
permitía efectuar movimiento alguno, prosiguió su hostigamiento con calma. Blanco
el cuerpo, cual cisne; negra la cabeza, cual cuervo. Y picoteaba, picoteaba, se
agachaba y clavaba su pico en las yemas de los dedos, que sangraron en proporción
intrascendente.
Sin embargo este accionar se desvaneció en
forma repentina.
Silencio. Negro noche, en el cuarto
estrecho. Escaleras, escaleras, escaleras…
Tras un sonido seco, como el de un objeto golpeando la madera, comenzaron a desfilar libros en el cuarto. Él, siempre inmóvil, observaba las tapas, las páginas, las letras y se sintió en paz.
Tras un sonido seco, como el de un objeto golpeando la madera, comenzaron a desfilar libros en el cuarto. Él, siempre inmóvil, observaba las tapas, las páginas, las letras y se sintió en paz.
Il a senti qu´il devait dormir pour toujours.
Ginebra y sus calles con adoquines, sus casas antiguas
y aristocráticas. Ginebra colmada de gente, también entró en la estrecha
habitación de Jorge Luis. Los libros se entremezclaron con lagos y montañas. Y
se perdieron entre las calles del barrio Saint Jean.
Silencio, otra vez. Negro noche, en el
cuarto estrecho. Tic,
tac, tic, tac, tic, tac.
De pronto percibió que algo se desplomaba sobre el techo de la
habitación. Sonaba como si fueran cascotes. Y caían, caían, el sonido se hizo
cada vez más pesado hasta que se perdió.
Los sepultureros, acababan de cubrir el
ataúd.
Ficción sobre Jorge Luis Borges .
Publicada en revista digital “Territorio de Palabras”. www.territorio.perio.unlp.edu.ar.
Año 2009.
Publicada en revista digital “Territorio de Palabras”. www.territorio.perio.unlp.edu.ar.
Año 2009.
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