viernes, 22 de enero de 2016

14 de junio

14 de junio

   La luz se apagó. La oscuridad del cuarto se tornó temeraria. Por eso era mejor permanecer estático, rígido.
   No debía respirar. La  idea de henchir el pecho generaba que, la posibilidad de  chocarse con algún objeto, transmutara en pánico.
   No debía pestañar, no fuera a ser que del techo cayera alguna partícula de tierra,  empujada por el vaivén de sus pestañas.
   La habitación era estrecha, tanto que no podía mover los brazos sin encontrarse con algo. Atiborrada de objetos, pilas de libros, manuscritos, condecoraciones, pero sobre todo, la habitación estaba colmada de reminiscencia.
   Allí, acostado, sobrellevando el incesante crujir de la mecedora, recordó etapas.
   Por su memoria deambulaban textos, momentos, ideas. La metáfora lo acosaba. Esa metáfora harto embellecedora,  que había sido su aliada. Tiempo  después renegó de ella. Por eso, ahora estaba convencido de que la metáfora color punzó, lo perseguía para torturarlo. 
   De pronto un ave le picó los dedos del pie. Pero no pudo moverse, no pudo agitar sus pies, ni mucho menos sentarse y ahuyentarlo con los brazos.
   El pollo, como sabiendo que el espacio no le permitía efectuar movimiento alguno, prosiguió su hostigamiento con calma. Blanco el cuerpo, cual cisne; negra la cabeza, cual cuervo. Y picoteaba, picoteaba, se agachaba y clavaba su pico en las yemas de los dedos, que sangraron en proporción intrascendente.
   Sin embargo este accionar se desvaneció en forma repentina.
   Silencio. Negro noche, en el cuarto estrecho. Escaleras, escaleras, escaleras…
   Tras un sonido seco, como el de un objeto golpeando la madera, comenzaron a desfilar libros en el cuarto. Él, siempre inmóvil, observaba las tapas, las páginas, las letras y se sintió en paz. 
   Il a senti qu´il devait dormir pour toujours.  
Ginebra  y sus calles con adoquines, sus casas antiguas y aristocráticas. Ginebra colmada de gente, también entró en la estrecha habitación de Jorge Luis. Los libros se entremezclaron con lagos y montañas. Y se perdieron entre las calles del barrio Saint Jean.
   Silencio, otra vez. Negro noche, en el cuarto estrecho. Tic, tac, tic, tac, tic, tac.
   De pronto percibió que algo se desplomaba sobre el techo de la habitación. Sonaba como si fueran cascotes. Y caían, caían, el sonido se hizo cada vez más pesado hasta que se perdió.
   Los sepultureros, acababan de cubrir el ataúd.


Ficción sobre Jorge Luis Borges .
Publicada en revista digital “Territorio de Palabras”. www.territorio.perio.unlp.edu.ar. 
Año 2009. 

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