La hora
Abrió los
ojos y lo primero que vio fue a la enfermera que estaba a su lado, cambiándole
el suero y arreglándole la vía, que tenía en el brazo izquierdo. Intentó
incorporar su cabeza para mirar por la ventana que estaba a seis metros de
distancia de su cama pero no pudo hacerlo, entonces preguntó
- ¿Qué hora es querida?
-
Las 11- le dijo
la enfermera - en un ratito abrimos la puerta de terapia para que pasen las
visitas.
-
¿Cómo me veo?¿Estoy muy pálida?
-
Y, un poquito, pero enseguida la arreglamos para que
se vea mejor y ahora viene Mabel y la peina.
Respiró
profundo y esperó, como todos los días, a que abrieran la puerta. Del suero
goteaba lentamente la medicación que iba ingresando por sus venas y eso hacía
que se sintiera un tanto adormecida pero sin dolor.
Los minutos
pasaron y por fin las enfermeras abrieron la puerta, entonces la vio a ella que
venía caminando a toda prisa hacia la cama.
- - Hola querida, ¿cómo estás?
- - ¿Que cómo estoy? Yo bien, mejor contame cómo estás vos.
-
Hoy me siento mejor, incluso me pude dar vueltas en la
cama - contestó con una sonrisa de oreja a oreja.
¿Mejor? Ambas
sabían que no era cierto pero preferían seguir con la mentira para disimular el
dolor. La hija le acariciaba el pelo y la tapaba para que no tuviera frío
mientras charlaban de cosas cotidianas de la vida, qué hiciste hoy, qué hiciste
ayer, hace frío, hay sol, hay viento.
Le enferma no
podía hablar mucho porque la medicación le adormecía hasta la boca pero contestaba
siempre, siempre, con una sonrisa.
Luego de unos
cuantos minutos de charlas breves y entrecortadas por un silencio abrumador, se
acercó el médico.
-
Angélica… ¿usted es la hija de Nora, no es cierto?
Angélica
asintió con la cabeza. Se alejaron unos metros de la cama para hablar y el
médico le explicó que los órganos de Nora se iban deteriorando en forma cada
vez más progresiva.
-
Hoy está hablando, mañana no sé. Vamos a tener que
aumentar la dosis de morfina...
No necesitó
más explicaciones, no se podía precisar si serían días, horas; el final estaba
cerca. Al regresar junto a la cama, Nora la volvió a saludar cómo si hiciera
mucho tiempo que no la veía. Y dijo otra vez:
-
Hoy estoy mejor, incluso pude darme vuelta en la cama.
Y otra vez conversaron del clima, de la hora, de las
actividades cotidianas.
-
¿Tenes frío?
-
Un poco, ¿hay medias?
Angélica se
acercó a una enfermera y le solicitó las medias, se las puso en forma lenta
para no molestarla al subirle las piernas, estaba fría, pálida y débil.
-
Ahora está mejor, quiero dormir porque me despiertan a
cada rato y no me dejan tranquila- dijo y cerró los ojos.
La hija se
quedó acariciándole el pelo y mirando los aparatos a los que estaba conectada.
El ritmo cardíaco, la respiración, la temperatura.
No supo bien
porqué pero trajo a su memoria las palabras sístoles y diástoles; y recordó que
días antes, en un ratito de aparente lucidez, su madre le había dicho que no
quería comer porque solo quería morir. Había sido el mismo día que había
aceptado escuchar en el teléfono, un tema de su cantante favorito y había
pedido que se lo pusieran dos veces mientras se le caían las lágrimas. Se había
rendido.
La escena había
sido en el centro de rehabilitación, cuando la mucama se había acercado con la
merienda y Nora se había negado a comer y tomar. Angélica, un poco enserio un
poco en broma, le reprochó que tenía que comer porque de lo contrario no se iba
a poder recuperar y le había dicho:
-
¿Te acordás de cuando yo era chiquita y vos me obligabas
a comer la comida porque tenía que tener vitaminas? Pues ahora vos sos la
chiquita y yo te digo que tenés que comer.
Nora la había
mirado con la mirada perdida, como si clavara los ojos más allá de la pared y
enojada con un tono seco le había contestado que no quería, por lo que su hija
una vez más, la había regañado.
-
Pero entonces ¿cómo te vas a recuperar?
-
No quiero, porque me quiero morir.
Luego de escuchar esas palabras, Angélica no
atinó a contestar nada porque sabía perfectamente que en ese rato de lucidez,
esa frase había sido cien por ciento consciente y sabía también que tenía que
dejarla hacer su voluntad, entonces para cambiar de tema le había ofrecido si
quería escuchar en el teléfono celular una canción de Rolando Villazón.
-
Sí, quiero escuchar Júrame.
Ella había
buscado en la aplicación del teléfono y se lo había hecho escuchar, la madre lo
había escuchado y había llorado.
-
Otra vez- había sentenciado.
Entonces
Angélica había repetido el tema.
-
Ahora me quiero ir a dormir- había balbuceado al final,
entre sollozos.
Dos días después de eso, fue trasladada a una clínica
común, a terapia intensiva donde estaba ahora, esperando el desenlace.
Mientras
Angélica recordaba esa escena, observó
al pasar el movimiento apurado de las enfermeras de terapia y se dio cuenta de que
había terminado el horario de visita.
-
Hasta mañana - les dijo mientras le dio un beso en la frente
a su madre y se marchó sabiendo que en cualquier momento sonaría su teléfono
para decirle lo inevitable .
Al llegar a
su casa sintió tanto cansancio acumulado de todo el mes yendo y viniendo las
clínicas, que decidió acostarse a dormir un rato con el volumen del teléfono lo
más alto posible por si sonaba, y no sonó. Y otra vez a la noche y no sonó; y al
día siguiente volvió a terapia al horario de visitas.
Diez minutos
antes de abrir la puerta, dos médicos llamaron en voz alta
-
¿Hay algún
familiar de Márquez?
Y entonces
supo que había llegado la hora.
¡Uf! ¡Qué duro! Una historia tan frecuente como dolorosa. Contada como vos sabés hacerlo. ¡Me llegó!
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