Deseo
La miró. Sus ojos se posaron en los labios,
carnosos, marcados, e imaginó que los recorría con la lengua.
Ella parecía ajena a todo, ensimismada
en la lectura de un libro. Él le
siguió recorriendo los labios con la lengua. Después bajó la mirada al cuello,
blanco, suave, con un par de pecas en el costado izquierdo y no pudo resistir la tentación de besarlas.
En ese instante, lo invadió el aroma del perfume, el mismo de todos los
días. Entonces aspiró profundo y bajó desde el cuello hasta el pecho.
Ella seguía leyendo. Casi inamovible. La camisa blanca, semi
desprendida, dejaba ver una parte de sus senos que, apresados en un corpiño de
encaje negro, se movían al ritmo de la respiración.
Él comenzó a besarlos. Primero de forma suave, luego con más intensidad,
hasta correrle el corpiño con la lengua y dejar al descubierto el pezón
izquierdo. Lo observó un momento, su piel se erizó y se dispuso a abarcarlo con
la boca, la lengua, los dientes, los labios.
Pero ella cerró el libro, ordenó los apuntes y se puso la campera al
mismo tiempo que le dio la espalda y se retiró del lugar.
Él, del otro lado de la ventanilla del bufette, la siguió con la mirada
hasta que se perdió entre la gente. Tendría que esperar hasta el día siguiente
para seguir soñando con esos senos y quizás llegara hasta el ombligo. O tal vez
se animara a saludarla por su nombre cuando ella le pidiera el café, desde el otro
lado de la maldita ventanilla.
¡¡¡Hermoso Paula!!! Exquisita descripción de un imposible.
ResponderEliminarTarde, te contesto. Gracias, como siempre por leer y comentar.
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