sábado, 25 de junio de 2016

25 de junio

25 de junio

Era joven. Cincuenta años para morir es poca vida.

 
   En la galería del segundo piso de la mansión retumbaban sus pasos. El eco se producía sórdido, al ritmo de su caminata y acrecentado por la soledad del lugar. 
    Mientras hacía el recorrido desde el comedor hasta la habitación del piano, se dedicó a observar el parque a través de cada ventana. Desde la última podía apreciar una de sus estatuas preferidas, la de los nenes jugando en el tobogán. Más atrás, veía el lago en el que alguna vez disfrutó sus tardes.
   Al llegar al piano, sin sentarse, garabateó tonos con sus flacos dedos pero la mente y la mirada estaban ausentes.
   El nuevo siglo lo acompañaba cargado de pesadumbres mayores, ausencias eternas y soledades insoportables. Sólo por momentos, sus hijos le colmaban el alma. Sin embargo su pasado lo atormentaba con frecuencia al punto de paralizarlo.
   Le dolía el cuerpo, le dolía el alma y no pasó el verano.  Junio se llevó su historia, su voz, su música, su baile y su naturaleza humana. 

martes, 7 de junio de 2016

El último jueves

El último jueves


Cuando Mariano levantó la vista, su mirada se perdió más allá del vidrio de la ventana. Tres golpes secos en la puerta de entrada lo hicieron retornar a la realidad. Sin embargo, aún seguía pensando en la palabra correcta.
   Se levantó sin prisa del sillón, que se encontraba al otro extremo de la habitación, y caminó con paso lento hacia la puerta. Al abrirla, sólo encontró un papel doblado, en el piso. Se agachó, lo tomó y al desdoblarlo vio que tenía dos manchas de sangre en el centro.
   A pesar de que no había nada escrito creyó haber entendido el mensaje. Regresó a su sillón, tomó la pluma y siguió escribiendo.
El papel en su bolsillo comenzó a mancharle la chaqueta pero él seguía ensimismado en su escrito, con la firme convicción de que la revolución debía llevarse a cabo con sangre o no prosperaría. Las picas en la Plaza de la Victoria avalaban su pensamiento. Escribió las últimas frases, dejó la pluma en el tintero y comenzó a leer su texto.
Tras la lectura, apoyó la hoja sobre el escritorio y dio por terminado su trabajo. Sólo quedaba el último detalle: difundirlo.
   Mientras las gotas de sangre fresca continuaban expandiéndose por la tela de su chaqueta, afuera, en la calle, comenzaron a escucharse las primeras gotas de lluvia chocando contra el suelo.
   Mariano apagó las velas y se fue a su habitación. Se desvistió,  se acostó y se durmió profundamente, sin saber que sería el último jueves que dormiría en su cama. Se durmió sin estar al corriente de que en unos días lo harían embarcarse rumbo a Inglaterra pero con la sospecha de que Cornelio no dejaría un solo paso librado al azar.
   Y mientras Mariano yacía descansando, se secó la sangre de la chaqueta, que estaba sobre la silla de la habitación, dejando una huella imborrable.