El encuentro
-¿Vos sos el pibe con el que yo bailaba lento?
Marcos levantó
la vista con lentitud y fijó su mirada en los ojos verdes de aquel muchacho que
le habló. Cómo olvidarlo, era él. Y sin poder controlarlo le devolvió una
sonrisa que parecía desbordarle las mejillas. Lo observó de arriba abajo, la
camisa negra le resaltaba aún más el color de los ojos y qué bien le quedaba el
pantalón gris del traje.
-¿Me puedo sentar, no te molesta? – le dijo mientras
dejaba el saco gris en el respaldo de la silla.
Marcos se había
quedado mudo, en segundos pasaron por su mente aquellas noches de 2003, en la
discoteca, cuando nadie bailaba la música lenta y ellos decidieron abrazarse
ante las miradas de los presentes y
comenzar a moverse al ritmo de la melodía. Cómo olvidar esos ojos, esas manos,
como olvidar esos besos y cómo otros
comenzaron a imitarlos y bailaron a su alrededor.
Absorto en esos
segundos de recuerdos, cuando Ignacio le pidió sentarse él solo atinó a
realizar un gesto con su mano derecha hacia el asiento vacío, como indicando
que se sentara. Palpó en los bolsillos de su saco negro y sacó un pañuelo de
papel para secarse el ligero sudor que le recorrió la frente.
Habían pasado
alrededor de cinco años, de esos encuentros habituales los sábados por la noche,
en que los dos lograron establecer un acuerdo tácito sencillo: se encontraban
porque coincidían pero no planificaban en forma previa los encuentros.
Así, cada sábado
por la noche se transformó en mágico con la agitación de la incertidumbre que
generaba si el otro estaría allí pero con la certeza de que cada uno
encontraría al otro en la discoteca. Y así fue. Se disfrutaban, se sentían y se
despedían hasta la semana siguiente.
Nada sabía el
uno del otro respecto a lo que sucedía en sus vidas durante la semana. No
hablaban de sus vidas privadas, solo de algún que otro proyecto a futuro y de
sus gustos. Sus encuentros solo eran abrazos, besos, bebidas y bailes.
Después de tres
meses, un sábado de octubre, Ignacio no asistió a la discoteca y así por tres
sábados consecutivos. Al cuarto, el que no asistió fue Marcos por lo que
Ignacio nunca tuvo la oportunidad de contarle nada. Hasta hoy, cinco años
después, sentado frente a él en la cafetería
de la esquina de Corrientes y Esmeralda.
Se miraron fijo,
se sonrieron, Ignacio pidió un café al mismo tiempo que el mozo del bar le trajo un submarino a
Marcos.
-Tengo 20 minutos libres en el trabajo, para desayunar,
necesito contarte- abordó Ignacio la conversación.
-¿Qué me tenés que contar? ¿Qué tengo que saber yo, que
nunca te conté nada de lo mío?
-Quiero contarte, necesito que sepas porqué dejé de ir a
la discoteca cuando nos conocimos.
-Pero pasaron cinco años, ya no es necesario.
-Lo es para mí. Porque nunca pude olvidarte y los dos
cometimos la tontería de no comunicarnos por fuera de la disco, de no darnos
nuestros teléfono, ni datos para localizarnos.
-La magia de los encuentros estaba también en eso. ¿O no?
Ignacio respiró
profundo y casi como que escupió su historia en 5 cinco minutos. Cuando conoció
a Marcos tenía una novia con la que compartía desde hacía un año, pero a ella
no le gustaba ir a bailar. Estaban juntos más por el qué dirían, si se
enteraban de que él quería tener una
pareja de su mismo sexo, que por el amor que se tenían. En su casa no aceptaron
nunca su homosexualidad y en el colegio se le burlaban todo el tiempo hasta que
se enteraron de la existencia de la novia.
Con el correr de
los meses la joven comenzó a sentirse mal hasta que le diagnosticaron cáncer de
pulmón y el cuadro fue irreversible. Por lo que se retiró de toda vida social y
se dedicó a acompañarla hasta los últimos días.
- Al cuatro
sábado de ausencia en la discoteca, fui, para contarte. Pero no estabas y volví
al siguiente, y tampoco.
Es cierto – dijo Marcos- me acuerdo como si fuera hoy.
Dejé de ir porque se tornó insoportable no verte y cada rincón me recordaba a vos.
Estuve a la deriva un par de meses hasta que conocí a mi pareja actual, Catherina.
-¿Te casaste?
-Sí. Y tengo una hija- le dijo al mismo tiempo que le
acercaba el teléfono para mostrarle el fondo de pantalla con la foto de la bebé.
Por unos
segundos no hablaron más. Quedaron mirándose a los ojos, casi sin pestañar,
hasta que Ignacio acercó la mano a la de Marcos, arrastrándola en forma lenta
sobre la mesa. Pero Marcos le retiró su mano.
-Me tengo que ir- le dijo
Mientras dejaba el dinero de la cuenta sobre la mesa, se
paraba para abandonar el bar. Pero Ignacio lo retuvo tomándolo en forma suave
del brazo.
-¿Me vas a decir que no sentís nada al vernos?
-Siento. Por eso me voy. No sería honesto para Catherina.
-¿Ella nunca supo nada?
Negó con la cabeza mientras bajaba la mirada. Volver a
ver a Ignacio le hizo darse cuenta de que nada de lo que había hecho con su
vida era lo que realmente quería. Aparentar algo que no era para sentir que
encajaba mientras él se deshacía por dentro, cada día. Lo miró a los ojos, lo
abrazó y salió caminando en forma lenta por la puerta del bar hacia calle Esmeralda.
Mientras caminaba sentía que los carteles de los
comercios se le venían encina y que las baldosas de las veredas se movían. La
calle giraba a su alrededor y trastabilló varias veces. Justo cuando sintió que
se caía, alguien lo tomó por detrás, entre los brazos y evitó la caída.
Sin mirarlo él se dio cuenta de que era Ignacio. Se dio
vuelta muy despacio para no volver a marearse, lo abrazó y se fundieron en un
beso ante la atónita mirada de los transeúntes. Casi sin respirar, se besaron
una y otra vez como tratando de recuperar el tiempo perdido.
Segundo después del último beso, Marcos tomó su teléfono
del bolsillo del saco y realizó una llamada.
- Soy yo, Catherina, tenemos que hablar.