viernes, 6 de marzo de 2020

El encuentro


El encuentro

-¿Vos sos el pibe con el que yo bailaba lento?
   Marcos levantó la vista con lentitud y fijó su mirada en los ojos verdes de aquel muchacho que le habló. Cómo olvidarlo, era él. Y sin poder controlarlo le devolvió una sonrisa que parecía desbordarle las mejillas. Lo observó de arriba abajo, la camisa negra le resaltaba aún más el color de los ojos y qué bien le quedaba el pantalón gris del traje.
-¿Me puedo sentar, no te molesta? – le dijo mientras dejaba el saco gris en el respaldo de la silla.
  Marcos se había quedado mudo, en segundos pasaron por su mente aquellas noches de 2003, en la discoteca, cuando nadie bailaba la música lenta y ellos decidieron abrazarse ante las miradas de  los presentes y comenzar a moverse al ritmo de la melodía. Cómo olvidar esos ojos, esas manos, como olvidar esos besos  y cómo otros comenzaron a imitarlos y bailaron a su alrededor.
  Absorto en esos segundos de recuerdos, cuando Ignacio le pidió sentarse él solo atinó a realizar un gesto con su mano derecha hacia el asiento vacío, como indicando que se sentara. Palpó en los bolsillos de su saco negro y sacó un pañuelo de papel para secarse el ligero sudor que le recorrió la frente.
  Habían pasado alrededor de cinco años, de esos encuentros habituales los sábados por la noche, en que los dos lograron establecer un acuerdo tácito sencillo: se encontraban porque coincidían pero no planificaban en forma previa los encuentros.
  Así, cada sábado por la noche se transformó en mágico con la agitación de la incertidumbre que generaba si el otro estaría allí pero con la certeza de que cada uno encontraría al otro en la discoteca. Y así fue. Se disfrutaban, se sentían y se despedían hasta la semana siguiente.
   Nada sabía el uno del otro respecto a lo que sucedía en sus vidas durante la semana. No hablaban de sus vidas privadas, solo de algún que otro proyecto a futuro y de sus gustos. Sus encuentros solo eran abrazos, besos, bebidas  y bailes.
   Después de tres meses, un sábado de octubre, Ignacio no asistió a la discoteca y así por tres sábados consecutivos. Al cuarto, el que no asistió fue Marcos por lo que Ignacio nunca tuvo la oportunidad de contarle nada. Hasta hoy, cinco años después, sentado frente a él en la cafetería  de la esquina de Corrientes y Esmeralda.
   Se miraron fijo, se sonrieron, Ignacio pidió un café al mismo tiempo  que el mozo del bar le trajo un submarino a Marcos.
-Tengo 20 minutos libres en el trabajo, para desayunar, necesito contarte- abordó Ignacio la conversación.
-¿Qué me tenés que contar? ¿Qué tengo que saber yo, que nunca te conté nada de lo mío?
-Quiero contarte, necesito que sepas porqué dejé de ir a la discoteca cuando nos conocimos.
-Pero pasaron cinco años, ya no es necesario.
-Lo es para mí. Porque nunca pude olvidarte y los dos cometimos la tontería de no comunicarnos por fuera de la disco, de no darnos nuestros teléfono, ni datos para localizarnos.
-La magia de los encuentros estaba también en eso. ¿O no?
   Ignacio respiró profundo y casi como que escupió su historia en 5 cinco minutos. Cuando conoció a Marcos tenía una novia con la que compartía desde hacía un año, pero a ella no le gustaba ir a bailar. Estaban juntos más por el qué dirían, si se enteraban de que  él quería tener una pareja de su mismo sexo, que por el amor que se tenían. En su casa no aceptaron nunca su homosexualidad y en el colegio se le burlaban todo el tiempo hasta que se enteraron de la existencia de la novia.
  Con el correr de los meses la joven comenzó a sentirse mal hasta que le diagnosticaron cáncer de pulmón y el cuadro fue irreversible. Por lo que se retiró de toda vida social y se dedicó a acompañarla hasta los últimos días.
  - Al cuatro sábado de ausencia en la discoteca, fui, para contarte. Pero no estabas y volví al siguiente, y tampoco.
Es cierto – dijo Marcos- me acuerdo como si fuera hoy. Dejé de ir porque se tornó insoportable  no verte y cada rincón me recordaba a vos. Estuve a la deriva un par de meses hasta que conocí a mi pareja actual, Catherina.
-¿Te casaste?
-Sí. Y tengo una hija- le dijo al mismo tiempo que le acercaba el teléfono para mostrarle el fondo de pantalla con la foto de la bebé.
   Por unos segundos no hablaron más. Quedaron mirándose a los ojos, casi sin pestañar, hasta que Ignacio acercó la mano a la de Marcos, arrastrándola en forma lenta sobre la mesa. Pero Marcos le retiró su mano.
-Me tengo que ir- le dijo
Mientras dejaba el dinero de la cuenta sobre la mesa, se paraba para abandonar el bar. Pero Ignacio lo retuvo tomándolo en forma suave del brazo.
-¿Me vas a decir que no sentís nada al vernos?
-Siento. Por eso me voy. No sería honesto para Catherina.
-¿Ella nunca supo nada?
Negó con la cabeza mientras bajaba la mirada. Volver a ver a Ignacio le hizo darse cuenta de que nada de lo que había hecho con su vida era lo que realmente quería. Aparentar algo que no era para sentir que encajaba mientras él se deshacía por dentro, cada día. Lo miró a los ojos, lo abrazó y salió caminando en forma lenta por la puerta del bar hacia  calle Esmeralda.
Mientras caminaba sentía que los carteles de los comercios se le venían encina y que las baldosas de las veredas se movían. La calle giraba a su alrededor y trastabilló varias veces. Justo cuando sintió que se caía, alguien lo tomó por detrás, entre los brazos y evitó la caída.
Sin mirarlo él se dio cuenta de que era Ignacio. Se dio vuelta muy despacio para no volver a marearse, lo abrazó y se fundieron en un beso ante la atónita mirada de los transeúntes. Casi sin respirar, se besaron una y otra vez como tratando de recuperar el tiempo perdido.
Segundo después del último beso, Marcos tomó su teléfono del bolsillo del saco y realizó una llamada.
- Soy yo, Catherina, tenemos que hablar.