Instantes perfectos
- ¿Te acompaño?- le dijo. Ella dudó unos segundos, ¿acompañarla, por qué, para qué, y por qué no?
Se habían conocido hacía un año y no se habían vuelto a ver. El destino los cruzó ese día en una conferencia, por causalidad. ¿Por casualidad? No, las casualidades no existen.
En ese mismo instante ella recordó que había arreglado no tener horarios para regresar. Y aceptó la propuesta.
- ¿Y si me acompañás a almorzar?- redobló la apuesta.
Y se fueron caminando juntos, a paso lento por la vereda, con el sol del otoño sobre las espaldas y las hojas amarillas cayendo en forma lenta como una cortina de agua.
Entraron a un restaurante pequeño, no muy iluminado y se sentaron en una mesita del fondo. Él pidió una milanesa completa, estaba sin desayunar; ella miró la carta de pastas pero prefirió una suprema con ensalada.
Durante el almuerzo, charlaron de muchos temas y en cada diálogo se encontraron con sus miradas. En esas miradas había sentimientos no dichos que él se animó a exponer
- Te pienso a cada instante, desde que te conocí no dejo de pensarte y de imaginar con vos, momentos como este.
Ella calló, lo miró por varios segundos a los ojos y le contestó
- Pensé que era cosa mía, pero yo tampoco te puedo sacar de mi cabeza.
Entonces, se tomaron de las manos, se acariciaron, entrelazaron sus dedos disfrutando el momento. Entendieron que había muchos puntos que los unían y que deseaban compartir miles de instantes, juntos.
Al finalizar el almuerzo salieron otra vez a la calle, caminaron varias cuadras y se tomaron de la mano mientras continuaron conversando. Con ganas de decirse todo, como si fuera la última vez y con muchos silencios que, lejos de ser incómodos, se transformaban en suspiros.
Cuando llegaron a la plaza más cercana se sentaron en uno de los bancos, el pasó su brazo por sobre el hombro de ella, mientras ella apoyaba la cabeza sobre el hombro de él.
Estuvieron así varios minutos conversando hasta que ella se paró, se sentó sobre sus piernas y se fundieron en un beso que dejó boquiabierto a más de un transeúnte.
Tras el beso se escrutaron con los ojos, con los corazones latiendo muy fuerte. Se acariciaron, las mejillas, los labios y volvieron a besarse deseando que ese momento no terminara nunca.
Los besos se hicieron cada vez más intensos, más apasionados, más largos, más sentidos. Él le pasó la mano por adentro de la ropa y comenzó a acariciarle la espalda. Parecía que ya ni las miradas, ni los besos alcanzaban para expresar lo que sentía el uno por el otro.
- Te quiero- le dijo por fin él.
Ella respiró profundo, lo volvió a mirar a los ojos por unos segundos hasta que se atrevió a contestarle.
- Yo también te quiero.
A partir de ese instante sus sentimientos ya no tuvieron retorno, las cartas estaban echadas.
Se levantaron del banco y siguieron caminando hasta que llegaron a la parada del micro que los separaría. Allí, volvieron a fundirse en un abrazo y un beso eterno sabiendo que no sería el último.
Cuando ella subió al micro se miraron una vez más, con una de esas miradas que va más allá de los ojos y penetra en el alma. Y se separaron, él salió caminando para el lado opuesto mientras que ella se sentó en uno de los primeros asientos.
Sabían que esos instantes perfectos se iban a repetir y que no iba a pasar mucho tiempo para que eso ocurriera; los dos lo necesitaban, los dos lo querían, lo deseaban.Tendrían que esperar el momento oportuno pero el paso ya estaba dado, se querían y no había vuelta atrás.
Entonces, la ciudad los fagocitó nuevamente y los transportó a su vida cotidiana. Pero sus corazones habían quedado unidos por lo dicho, lo no dicho, por las miradas y por sobre todo, por el deseo.